Al estudiar historia, muchas veces nos enfocamos en los grandes eventos, años insignia, tratados trascendentales o los líderes y figuras emblemáticas. En años recientes, "la nueva historia" ha dado luz a la vida cotidiana, a las personas que, sin "pasar a los libros de historia", construyeron con su día a día el pasado que hoy anhelamos entender.

La arqueología, al estudiar la cultura material o los objetos cotidianos, nos ayuda a visualizar e imaginar ese pasado más cotidiano, un pasado que nos parece más cercano a nuestra realidad. Por eso, quisiera que, a través de algunos objetos arqueológicos encontrados en Magdala, reflexionemos sobre esa vida cotidiana.

Al caer la noche...  

Hoy en día, al caer la noche, simplemente encendemos un interruptor y tenemos una brillante luz que nos ayuda a continuar con nuestra vida como si la noche no existiera. Pero hace algunos años, eso no era así, y en la antigüedad tampoco. Entonces, ¿qué pasaba al caer la noche? Lo mismo que hoy en día: el encendido de las luces, solo que esas tenues luces eran proporcionadas por velas o lámparas de aceite.

La luz que emitían las lámparas de aceite no era tan potente, y siempre servía de recordatorio de que ya era de noche; no pretendía extender las actividades del día. Para el judaísmo antiguo, el encendido de las luces es tan importante que incluso hoy en día se mantienen dos tradiciones religiosas en relación con las luces: el Mitzvá (mandamiento) del encendido de las luces del Shabbat a cargo de las mujeres, y la festividad de Hannukah o la festividad de las luces.

En la vida cotidiana, la luz producida por las lámparas de aceite no era eterna; su tiempo estaba contado, dependiendo del tamaño de la lámpara y la intensidad, que variaba según la cantidad de boquillas con mechas, las cuales permitían tener una o varias llamas a la vez. Arqueológicamente, hay evidencia de lámparas de distintos tamaños y con varias boquillas. Aunque, en la galilea del sigo primero,  las más comunes son las conocidas como "lámparas de aceite herodianas". Se trata de sencillas lámparas de arcilla con una sola boquilla, que tienen una forma característica "espatulada". Esta forma generalmente sirve como indicador de etnicidad judía, pues eran producidas y usadas por el judaísmo del siglo I. Igualmente, otro estilo de lámpara de aceite es conocida como "Darom", y generalmente se atribuye a la región del sur, cerca del Mar Muerto.

Hasta hace algunos años, se creía que solo las ciudades producían lámparas de aceite y estas eran comerciadas a todos los poblados, pero en 2015, un descubrimiento en Galilea, en Shikhin, permitió hipotetizar sobre la producción local de lámparas de aceite en la región. Puedes dar clic aquí si quieres saber más sobre este descubrimiento.  

¿Qué pasaba cuando se acababa la luz? Si el aceite de la lámpara se agotaba, ésta se apagaba. Por eso, era común tener pequeños unguentaria o frascos con la cantidad de aceite necesaria para rellenar las lámparas y mantener la luz encendida. La producción de aceite es otro factor interesante que nos permite hablar de la "industria de la luz", si se me permite el anacronismo, pero lo dejaremos para otra ocasión. En el evangelio, Mateo (25:1-13) nos presenta la parábola de las diez vírgenes con lámparas de aceite, recordándonos el simple y sabio acto de tener aceite para mantener la luz encendida, una metáfora, en palabras de Jesús, para explicar la importancia de ser previsor en lo espiritual.

En el mundo antiguo, el paso de la noche y el uso de la luz no tenían la misma intención que tienen hoy en día. La noche era un marcador temporal; las luces cobraron importancia religiosa, reflejada en mitzvot y festividades, ayudando a crear una tradición y una atmósfera especial, mientras que el uso de lámparas y unguentaria con aceite era un quehacer cotidiano, un binomio inseparable. Por esa razón, es común encontrarse en sitios arqueológicos con ambos tipos de cerámica: las lámparas y sus unguentaria.

" ...mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas." (Mt.25:4)

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