5. Caminando con Jesús

Seguir a Jesús puede parecer un ideal romántico, hasta que la novedad desaparezca. Me imagino que, con el paso del tiempo, María Magdalena tuvo dudas sobre continuar su viaje con el Señor. Pero ella siguió caminando. Su apodo, «la Magdalena» tiene su raíz en la palabra hebrea migdal, que significa torre, aludiendo a la fuerza y la valentía que debe haber tenido para perseverar en ese caminar con Jesús.

Las Escrituras atestiguan el hecho de que ella era una de las mujeres que apoyaba a Jesús por sus propios medios. Pero eso no significa que ella estuviera ofreciendo un descanso a Jesús y sus discípulos en un hotel lujoso con comodidad todas las noches. Jesús no prometió un camino fácil. A aquellos que ansiaban seguirlo les reveló el desafío de la realidad: «el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza» (Lucas 9,58) y «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga» (Lucas 9,23). Si eso no fuera suficiente para asustarla, Jesús también advirtió sobre el sufrimiento y el rechazo de las autoridades judías (Lucas 9,22). Su invitación al compromiso no fue para los débiles de corazón. Quería que el «Sí» de sus discípulos fuera un sólido «Sí». «Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios» (Lucas 9,62).

El brillo de la primera conversión puede haberse desvanecido después de días largos, polvorientos y cansados de seguir a Jesús de ciudad en ciudad, ver a los líderes desafiar las enseñanzas de Jesús y no siempre entender sus maneras. Pero la fe, la confianza y el amor maduraron en el crisol de la purificación.

Al principio ella pensó que ella, con sus recursos, estaba proveyendo a Jesús. Pronto se enteró de que había un gran proveedor. Ella tuvo que aferrarse a la promesa de Jesús de un Padre celestial que provee todas las cosas. «No te preocupes por tu vida», proclamó Jesús, asegurándoles que su Padre celestial sabe lo que necesitan (Mt 6, 25 y 32).

Jesús nos invita, no a una vida de dificultades, sino a una amistad cada vez más profunda, identificándonos con su amor por su Padre y por todas las personas siguiendo su disposición hasta dar, como Él, la vida. Nos invita a entrar en un nuevo reino de pensamiento, comprensión, sentimiento, creencia, confianza y amor. Él nos invita al Reino de los cielos. La clave es la confianza infantil. Estamos llamados a ofrecer nuestro tiempo, tesoro y talento, sin buscar nuestros valores y gloria; sino más bien, con una sola mente, buscando el corazón de Cristo. Su programa de la vida bienaventurada exige pobreza de espíritu, mansedumbre, misericordia, pureza de corazón y perseverancia a través de la persecución (Mt 5,3-12). Nos recuerda que mantengamos nuestros ojos en «el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.» (Mt. 6,33).

Mientras caminamos con Jesús, se mantiene la misma promesa que una vez escuchó María: «Les aseguro-que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna» (Marcos 10,29-30).

Padre celestial, confío en ti. Enséñame a caminar con Jesús, abandonando todas las pretensiones y valores para buscar solo el Reino de los cielos con fe, confianza y amor. Ayúdame a ser firme en mi compromiso contigo. Otorga a todos los pastores, religiosos, personas consagradas y misioneros una gracia especial para dejar todo atrás mientras caminan contigo. Amén. Santa Maria Magdalena, ruega por nosotros.

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