Han pasado 10 años desde la inauguración del Parque Arqueológico de Magdala, un día inolvidable que marcó un antes y un después en la historia de este lugar. Este sitio se ha convertido en una parada obligatoria, un punto de referencia constante para turistas y peregrinos. Aunque oficialmente se inauguró hace una década, Magdala ha recibido incontables visitantes y peregrinos desde que comenzaron las excavaciones en el verano de 2010.
Al inicio de la primera temporada arqueológica, cuando decidimos colocar la bandera de México en la excavación, no imaginábamos el impacto que esto tendría.
Los autobuses turísticos que pasaban por la zona empezaron a detenerse en el sitio, sin saber qué encontrarían al entrar. Una simple bandera hizo toda la diferencia y desde ese primer día, miles de personas han visitado Magdala.
Tanto arqueólogos como voluntarios nos acostumbramos a trabajar entre turistas y peregrinos que pasaban y se detenían a ver lo que estábamos descubriendo; nuestro trabajo estuvo rodeado del interés de todas esas personas, e incluso, nos permitió enseñar la labor de un arqueólogo porque literalmente, nos veían con pico, pala, cucharilla y brocha, sacando cubetas, cargando piedras y descubriendo objetos. Era maravilloso ver las caras de los visitantes cuando algún voluntario gritaba “¡moneda!” o cuando sacaban de entre la tierra una lámpara de aceite o una olla; las reacciones de asombro, sorpresa y curiosidad nos alentaban a seguir adelante.
Magdala ha sido un lugar de encuentro, un lugar de descubrimientos no solo a nivel arqueológico sino también a nivel personal; Magdala ha transformado las vidas de quienes han caminado por sus calles y de quienes se han sentado en la sinagoga y han visto “cara a cara” la Piedra de Magdala.
Sin duda, es un lugar que te transporta al pasado, que te hace viajar al Mar de Galilea en el siglo I a.C./d.C., un lugar en el que la historia se materializa y no deja de sorprender.
A 10 años de la inauguración del parque arqueológico, estoy segura de que Magdala seguirá siendo ese puente que conecte el pasado con el presente, ese cruce de caminos entre la historia judeocristiana. Magdala para mí, siempre ha estado viva, no solo por sacar a la luz la vida cotidiana de hace más de 2,000 años, sino también por todo ese paso de personas que han interactuado entre su pasado y su presente.
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