¿Alguna vez te has preguntado cuál es el objeto que nunca falta en una casa?
No importa en qué período de la historia nos encontremos, la vajilla y los utensilios de cocina como cuencos, platos, jarras, ollas, cazuelas, entre otros, siempre están presentes. Cada época y región tiene sus propias formas y tipos de cerámica, con cambios estilísticos que evolucionan de generación en generación. Estos estilos distintos nos permiten fechar la cerámica y situarla dentro de un marco cronológico y geográfico. Un ejemplo sencillo y actual sería comparar la vajilla de mi abuela con la última vajilla de temporada comprada en Ikea: ambas cumplen la misma función, pero sus estilos, diseños y la tecnología empleada son muy diferentes. Algo similar ocurre con la cerámica del siglo I en Magdala, donde las tradiciones de producción cerámica de una sociedad se replicaron en varias regiones o pueblos dentro de una misma área. Sin embargo, muy pocos se llegaron a cuestionar si Magdala producía sus propias vajillas cerámicas o no.
Como mencioné en el boletín anterior, y como probablemente hayan leído en otros lugares, Magdala-Taricheae era reconocida por su industria pesquera. De hecho, su nombre "Taricheae" significa en griego "el lugar donde se procesa el pescado". Esto ha llevado a que se subestime la posibilidad de que otras industrias, como la alfarera, también tuvieran un papel importante en Magdala.
Ahora bien, ¿qué pasa con la cerámica de Magdala? Desde hace algunos años, varios investigadores sostienen que la cerámica de Magdala era producida en un pueblo judío ubicado aproximadamente a 13 km al noroeste, llamado Kefar Hananya. Este lugar, conocido por sus hornos de producción cerámica, distribuía su vajilla a varios pueblos y ciudades de Galilea. Podemos decir que Kefar Hananya era el Ikea de Galilea. Sin embargo, me preguntaba si en aquellos lejanos tiempos del siglo I, los habitantes de Magdala tenían la paciencia de viajar hasta Kefar Hananya para adquirir un plato o una olla que se les hubiese roto, o si preferían esperar al vendedor en los mercados locales de Magdala, considerando que antes los caminos no eran como los de ahora y que los medios de transporte tampoco tenían tanta capacidad como los de ahora, a no ser que fuera por barca. Es por ello que me surgió la duda de si los magdalenos obtenían sus vajillas de un centro de producción tan distante o si ellos mismos la producían, siguiendo las tradiciones alfareras que caracterizaban a la región de Galilea.
Hace casi tres años trabajé esta duda y el resultado fue que la cerámica de Magdala fue producida con una arcilla particular encontrada en el Monte Arbel, similar a la utilizada en Kefar Hananya, y que los alfareros de Magdala o de algún lugar cercano a Magdala también seguían la misma tradición de producción que en Kefar Hananya. No obstante, las condiciones ambientales en el valle de Ginnosar, donde se ubica Magdala, pudieron haber influido en una calidad distinta de la cerámica producida en Kefar Hananya, lo cual se refleja en los fragmentos encontrados durante las excavaciones en Magdala.
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