El 29 de junio celebramos la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, una fiesta que nos lleva a Roma. La Ciudad Eterna fue el escenario que vio cómo el primer Papa de la historia y el Apóstol por excelencia dieron sus vidas por el Señor que tanto amaban. Ese honor ha sido uno de los fundamentos sobre los cuales la Sede de Roma ha sido vista durante 2000 años con respeto y veneración por todos los cristianos.
No es coincidencia que días antes de esta significativa fiesta, el pasado 13 de junio, el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos publicara un documento titulado El Obispo de Roma. Primacía y Sinodalidad en los Diálogos Ecuménicos. El documento aborda la difícil cuestión del papel del Papado en el diálogo ecuménico. Este documento llega 29 años después de la encíclica Ut unum sint (que sean uno), publicada por San Juan Pablo II en la cual el Papa polaco alentaba a pastores y teólogos de otras confesiones cristianas a reflexionar juntos sobre cómo el Obispo de Roma puede desempeñar un servicio de unidad reconocido por todos. Este documento presenta las respuestas y objeciones presentadas a esta espinosa cuestión. Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica entró en una etapa de gran compromiso ecuménico, y este documento es parte de esa línea de diálogo con otros creyentes en Cristo. No intenta resolver los problemas teológicos, históricos y canónicos que implica el ministerio petrino, pero es un paso adelante en el diálogo con otras Iglesias y denominaciones cristianas. El documento no ve el papado simplemente como un obstáculo, sino como una oportunidad de unión porque, a pesar de las diferencias innegables, todos coinciden en la necesidad del servicio de la unidad a nivel universal.
Un punto transversal en el documento es la interdependencia mutua entre Primacía y Sinodalidad, entre Papado y Colegialidad. El Papa como cabeza de la Iglesia no actúa de manera independiente, sino con el consentimiento del Colegio de Obispos, y los Obispos no actúan sin el consentimiento de su cabeza. El documento se refiere a una "tensión creativa" involucrada en esta dinámica ascendente-descendente. Esta interrelación no solo se da a nivel universal (entre el Papa y los Obispos), sino también a nivel regional (sínodos nacionales o regionales) y local (sínodos locales, reuniones parroquiales) donde esta "tensión creativa" se hace concreta.
Tal pensamiento sinodal ha sido recurrente en la Iglesia en las últimas décadas. El Concilio Vaticano II reflexionó sobre la constitución jerárquica de la Iglesia, que reside en el Colegio de Apóstoles presidido por el Sucesor de Pedro. Recientemente, el Papa Francisco ha convocado un Sínodo sobre la sinodalidad, que entró en su primera fase el pasado octubre, con el fin de "caminar juntos", como le encanta decir al Papa Francisco; y así construir una Iglesia más participativa, evangélica y abierta.
Podríamos sentir la tentación de pensar que estos documentos conciernen solo a la jerarquía eclesiástica. El cristiano común puede considerarlos como discusiones teológicas alejadas de la vida cotidiana, pero esta es precisamente la mentalidad que la sinodalidad busca superar. Esto designa la participación activa en la vida eclesial de los fieles sobre la base del bautismo. Cada miembro de la Iglesia en virtud del bautismo tiene su lugar y responsabilidad en el Pueblo de Dios
Esta próxima fiesta de los Santos Pedro y Pablo debe ser una oportunidad para orar por el Santo Padre en su misión de presidir la Iglesia en la caridad, una oración por todos los cristianos para que podamos alcanzar la unidad deseada por Cristo; pero también, un compromiso para unirnos como una piedra viva de la Iglesia en esta dimensión sinodal que el Espíritu Santo nos propone.
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