Soy un hombre común, sin nombre para el mundo, pero con un pequeño relato que clama por ser contado. Mi vida dio un giro inesperado hace más de dos años cuando recibimos la noticia más difícil que una familia puede enfrentar: mi hija estaba enferma. Pero en medio de la oscuridad, encontré una luz que nunca se apagó: mi fe en Dios y en Su poder sanador.
Cuando el diagnóstico cayó sobre nosotros como un manto de plomo, me sentí abrumado por la impotencia. ¿Cómo podía proteger a mi pequeña de algo que ni siquiera podía comprender por completo? Pero en mi desesperación, encontré consuelo en una historia antigua, una historia de una mujer que, como mi hija, estaba afligida por una enfermedad que parecía insuperable.
La mujer en cuestión era la hemorroísa, una figura anónima cuya fe la llevó a tocar el manto de Jesús en busca de curación; y contra todo pronóstico, fue sanada. Esta historia resonó en lo más profundo de mi ser, como un eco de esperanza en un mundo lleno de incertidumbre. Si una mujer anónima pudo encontrar la curación a través de su fe, ¿por qué mi hija no podría experimentar un milagro similar?
En la pandemia, descubrí Magdala a través de sus celebraciones eucarísticas, pláticas y peregrinaciones virtuales. Recuerdo mucho cuando el Padre Juan, en uno de sus tantos vídeos, nos enseñaba y explicaba la pintura del Encuentro, ubicada en Duc In Altum, y cómo esta enseñaba el momento en el que la hemorroísa tocaba el manto de Jesús. Me tocó tanto en su momento que, después del diagnóstico de mi hija, busqué una imagen de esta en internet e hice una impresión barata que guardaba conmigo en casa.
Desde ese día, cada mañana me encontraba frente a un espejo empañado por la fe. Con una impresión barata de la hemorroísa en mi mano, cerraba los ojos y oraba con fervor, implorando a Dios por un milagro para mi amada hija. Y luego, me dirigía al volante de mi automóvil, dispuesto a enfrentar el día que se extendía ante mí como una hoja en blanco llena de posibilidades.
Abandoné mi trabajo, una decisión que muchos podrían considerar imprudente, pero que para mí era la única opción. Trabajar como conductor de Uber no solo me proporcionaba el sustento necesario para mantener a mi familia, sino que también me brindaba la flexibilidad para acompañar a mi hija al hospital todos los días. Cada viaje se convirtió en una peregrinación de esperanza, un recordatorio constante de que no estábamos solos en esta batalla.
Y aunque los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses, mi fe nunca flaqueó. Cada vez que veía a mi hija luchar contra el dolor, cada vez que escuchaba sus susurros de fatiga en la quietud de la noche, renovaba mi compromiso de creer en un Dios que todo lo puede. Sabía que, al igual que la hemorroísa, mi hija encontraría la curación en el toque sanador de Su manto.
Hace pocos días, por cosas de Dios, conocí a una persona que trabaja para Magdala y tuvimos una buena charla de vida. ¡De las buenas! Vi la mano de Dios inmediatamente, le conté de mi hija y le mostré una foto de mi impresión del cuadro. Después de dejarlo en su destino, él me pidió mis datos y los de mi hija ya que pediría que rezaran por ella desde Magdala. ¡Ya se imaginarán la emoción de mi hija cuando vio su nombre en las intenciones de misa!
Pocos días después, recibimos un paquete por correo que venía desde Israel. Desde Magdala nos habían enviado un lienzo con la pintura del Encuentro. Sabía que era la mano de Dios obrando en nuestras vidas, comenzando a cumplir la promesa de restauración que había hecho en las páginas de mi corazón.
Hoy, miro a mi hija con asombro y gratitud. Sé que la historia de mi familia –que todavía sigue– será un testimonio vivo de fe, y mientras continúo conduciendo por las calles de la vida, sé que nunca estaré solo. En familia hemos decidido colgar el lienzo de la hemorroísa a la entrada de nuestra casa, como un recordatorio tangible de que incluso los milagros más grandes pueden comenzar con un simple acto de fe.
Aunque hoy en día sigo esperando por ese gran milagro, también estoy dispuesto a aceptar la voluntad de Dios para con mi familia. Por respeto a mi hija y su situación, prefiero mantener el anonimato, así como el Evangelio mantiene el de la hemorroísa; prefiero que nuestro relato sea el de “la familia de la fe inquebrantable”.
Espero de corazón que mi testimonio le sirva de esperanza a cualquiera de la Familia de Magdala que esté pasando por algo así. Unidos en oración y de la mano de Jesús.
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