Flavio Josefo, ya prisionero de los romanos, cuenta cómo Vespasiano, habiendo sometido la ciudad de Tiberiades, se dirigió a Magdala (Tariquea) para conquistarla. Allí se habían refugiado todos los insurrectos de Galilea. Era en torno al año 67 de nuestra era.
Vespasiano puso a dos mil arqueros en las laderas del Monte Arbel, y mandó a su hijo Tito a enfrentar a los rebeldes, que se habían reunido en gran número en la llanura que hay frente a Magdala. Los romanos con poco esfuerzo desbarataron a los enemigos, masacrando a muchos de ellos. Algunos de los vencidos lograron refugiarse en la ciudad, pero pronto estalló la discordia dentro de las murallas: los ciudadanos de Magdala no querían la guerra, mientras que los facinerosos los amenazaban con la muerte si se rendían. Aprovechando la trifulca interna, Tito y los suyos entraron en la ciudad por el lago —la única parte sin muralla—, y comenzó otra carnicería. Un número considerable de enemigos lograron hacerse con un barco para huir por el lago. Pero entonces, Vespasiano montando una improvisada flota con romanos armados hasta los dientes, se lanzó en su persecución. No escapó ni un rebelde. Y Josefo concluye: “Se podía ver el lago todo ensangrentado y lleno de cadáveres: este fue el resultado de la batalla naval”.
La victoria frente a las costas de Magdala quedaría impresa en la memoria de Vespasiano, que años más tarde, ya como Emperador de Roma, mandaría acuñar una moneda para celebrar aquel evento con la leyenda: “Victoria naval”.
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