Corinto era un importantísimo puerto de Grecia. Todo barco que quisiese cruzar del mar Adriático al Egeo solía pasar por allí. Para atravesar el Istmo de Corinto —la estrecha franja de tierra que une el Peloponeso con Grecia—, los barcos eran subidos a tierra firme, arrastrados a lo largo de seis kilómetros y botados al otro lado del istmo. El emperador Nerón, en el año 67 de nuestra era, decidió facilitar el paso excavando un canal que uniese las dos costas.

Ese mismo año, Vespasiano derrotaba en Tariquea-Magdala a los rebeldes anti romanos. Flavio Josefo nos cuenta que Vespasiano perdonó la vida a los habitantes de la ciudad. En efecto, sabía que ellos se habían opuesto a la rebelión provocada por los forasteros: estos, los culpables, sí que eran reos de muerte. Sin embargo, para no causar inquietud a los de Magdala, Vespasiano declaró que también los forasteros podían irse en libertad, aunque los obligaba a marcharse por el camino de Tiberiades. En realidad, era una trampa: conforme llegaban a Tiberiades, los romanos los condujeron directamente al estadio. Una vez allí, todos los no servían para nada fueron masacrados, y el resto, vendidos como esclavos. Seis mil de estos fueron enviados a Nerón para excavar el canal de Corinto.

Nerón moriría poco después, y con él, el proyecto del canal. Solo en 1893, tras muchos intentos fallidos, se completaría la obra. Hoy se puede admirar el canal que hace casi veinte siglos comenzaron a excavar seis mil rebeldes cuyos pies habían pisado las calles de Magdala.