Durante el dominio de los Mamelucos sobre Palestina, varios viajeros nos dejaron por escrito sus testimonios sobre Magdala. Ya hemos hablado de Bucardo del Monte Sión y Ricoldo de Monte Crucis, los últimos en hablar de la iglesia de Magdala. Pocos años después, el beato Odorico de Pordenone (1300) y Nicolás de Poggibonsi (1347) se limitarían a referir la existencia del poblado.
Algo más detallado sería Jacobo de Verona, que escribió en 1335: “A cinco millas al sur de Betsaida, junto al mar, está el castellum de María Magdalena y Marta”. Y añadía que dicho castellum “está ubicado en el monte, y hacia el oeste y el norte se extiende una grande y espaciosa llanura”. Dejando de lado la confusión ya frecuente en la época entre María Magdalena y María la hermana de Marta, es interesante notar que Jacobo de Verona llama a Magdala castellum. Aunque esta palabra latina puede significar tanto pueblo como castillo, probablemente fray Jacobo, que era italiano, tiene en mente propiamente un castillo. El hecho de que este lugar esté ubicado “en el monte” parecería corroborar esta impresión.
Se podría pensar que Jacobo de Verona vio un castillo sobre el monte Arbel y se imaginó que, en tiempos remotos, la Magdalena había vivido allí. Sin embargo, el único castillo que hay por la zona es Qal‘at Abu Ma‘an, el cual, según los arqueólogos, no fue construido hasta s. XVII. Por eso, lo más probable es que nuestro peregrino, al ver las ruinas de Magdala “en el monte” Arbel (o sea, junto a este), se imaginó que eran los restos de un gran castillo que habría pertenecido a la Magdalena.
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