Un kilómetro al sur de Magdala, un poco mar adentro, se encuentra una roca de considerable tamaño. Posiblemente se desprendió del monte Arbel en tiempo inmemoriales y quedó allí plantada a pocos metros de la orilla. Los locales la llaman la Roca de la Hormiga. Una dudosa explicación popular dice que el nombre se debe a que originalmente sería un enorme hormiguero. Al parecer, esta roca sería lo que la tradición judía llama “el Diente de Tiberiades”, al cual se vinculan ciertas historias bíblicas.
En 1113 pasó por allí el higúmeno ruso Daniel Palomnik en su camino hacia Magdala, y la prominente Roca de la hormiga llamó su atención. Su guía, un anciano monje de la Laura de San Saba, le explicó que esta roca existía ya en tiempos de Jesús, y que el Señor se ponía de pie sobre ella cuando enseñaba al pueblo que acudía a él desde las costas de Tiro y Sidón, desde la Decápolis y de toda la región de Galilea. Hay que confesar que el cuadro que pinta el monje es sugerente.
Los arqueólogos han encontrado junto a la roca, en el fondo del lago, restos de columnas que habían formado parte de una estructura construida sobre la piedra, aunque no aciertan a definir si se trataba de algún lugar de culto o simplemente de un faro. En cualquier caso, el peregrino cristiano no puede dejar de imaginar que tan peculiar islote tampoco debió de pasar desapercibido a la vista del Hijo de Dios cuando, como el higúmeno Daniel y su guía, caminaba junto al mar de Galilea.
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