El año 1099 los cruzados entraban en la Ciudad Santa y fundaban el reino de Jerusalén. Miles de europeos vinieron al reino recién creado buscando una nueva vida. Con ellos traerían algunas de sus costumbres que transformarían esta tierra. Son de sobra conocidos sus imponentes edificios: castillos como el de Montfort, o Iglesias como el Santo Sepulcro. Pero hay un aspecto del que no se habla tanto: la industria del azúcar.

Desde que el hombre es hombre, ha mostrado una debilidad por lo dulce. Parece que fue en India donde se les ocurrió la idea de refinar ciertas sustancias, como el jugo de la caña, para producir una especie de “sal dulce” con la que condimentar sus alimentos. En Palestina ya se conocía el azúcar cuando llegaron los cruzados. Sin embargo, estos no se limitaron a disfrutar de esta prodigiosa sustancia: poniendo a trabajar su ingenio y usando la tecnología que trajeron de su Europa natal, mejorarían las técnicas de producción y lograrían crear una próspera industria. Algunos autores medievales dan testimonio de ello. De hecho, los arqueólogos han encontrado evidencias de esta industria en varios lugares de Galilea. Desde 2002 sabemos que también Magdala fue uno de esos centros azucareros, puesto que ese año, en el curso de unas excavaciones arqueológicas, se encontraron abundantes jarras de melaza y recipientes de azúcar del período cruzado.

No cabe duda de que los rudos cruzados también mostraban de vez en cuando su lado dulce. Para ellos, la Magdala de los Peces se había convertido en la Magdala del azúcar.

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