Las fuentes judías mencionan a dos rabinos de Magdala entre los ss. III y IV d.C.: Isaac y Yudán.
Isaac de Magdala vivió en el s. III. En un antiguo comentario del Génesis (Génesis Rabbah) aparece una discusión sobre Gn 3, 17, cuando Dios maldice la tierra por causa del pecado original. Algunos rabinos decían que con esta maldición Dios ordenaba que la tierra produjese mosquitos, moscas y pulgas para fastidiar al hombre. Sin embargo, Isaac de Magdala no estaba de acuerdo: “Incluso en estos insectos habría algún beneficio”. Si Dios los creó, es porque algo bueno tienen que aportar, aunque no lo entendamos.
Yudán vivió un siglo más tarde. El Talmud de Jerusalén cuenta que, en una ocasión, Yudán de Magdala estaba con un amigo, cuando comenzó a llover. Entonces, Yudán le enseñó a su amigo una oración que él, a su vez, había aprendido de su maestro: “Mil y mil veces hemos de bendecir tu nombre, oh Rey nuestro, por cada una de las gotas que tú haces descender para nosotros, porque haces bien incluso a quien no se lo merece”.
Escuchando las palabras de Yudán y de Isaac, la mente vuela a las enseñanzas de otro rabino que caminó pocos siglos antes por su misma tierra. También Jesús se maravillaba al contemplar la providencia de Dios incluso en los animales más pequeños (cf. Mt 6, 26), y afirmaba que el Padre misericordioso hace llover lo mismo sobre justos que sobre injustos (cf. Mt 5, 45).
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