En mis meses como voluntaria en Magdala, dedicaba un rato al día a meditar delante del altar del Duc In Altum, que tiene la forma de un barco típico del siglo I, mientras contemplaba el mar de Galilea. Eran momentos llenos de silencio y de paz que se me hacían cortos. Me gustaba (me gusta) imaginar a Jesús predicando sus parábolas o navegando con sus discípulos por aquel mar, a veces tranquilo y apenas sin olas, a veces revuelto y con un fuerte viento. Como la vida misma. Como las experiencias serenas y situaciones complicadas de nuestras vidas que hacen de nuestro navegar por la vida una peregrinación en constante agitación y tensión.
Debemos recordar que nuestra peregrinación no es individual, sino comunitaria: no podemos ir solos en la barca de la vida pues nos hundiríamos fijo. Debemos contar los unos con los otros, ayudándonos, acompañándonos, apoyándonos en la oración como nos recomienda el Papa Francisco en su magnífico documento “Enséñanos a orar” para la preparación del Jubileo 2025 y cuyo logo representa a la perfección esta idea: cuatro figuras que se abrazan y navegan sorteando juntas los vaivenes de las olas aferrándose a la cruz y al ancla.
Para alinearme con el lema jubilar “Peregrinos en la esperanza”, quisiera fijarme en el ancla del logo, pues es la parte más importante en un barco. El ancla es considerado por los navegantes un símbolo de seguridad y, desde los primeros siglos del Cristianismo, como un símbolo de la esperanza y, a su vez, de Jesucristo. Así, Jesucristo se convierte en la esperanza en medio de una tormenta. Jesucristo es la esperanza que nunca falla para aquellos que creen en Él.
Jesucristo es el verdadero ancla y la tabla de salvación al que todo cristiano debe recurrir. Como hace Pedro en el pasaje de Mateo 14, 30-31, en el que, hundiéndose en las aguas del mar, grita con angustia a Jesús: “Señor, sálvame” y Jesús le agarra con su mano.
En esta escena, bellamente representada en una de las capillas laterales del Duc In Altum, podemos ver a un Jesús firme, sólido y totalmente sereno en plena tempestad. Es un Jesús que salva a Pedro (y a quien cree en Él) de un hundimiento físico y espiritual, y le llena de esperanza. Según Hebreos 6, 19, ésta “es como un ancla firme y segura del alma”, igual que el ancla mantiene firme el barco.
En definitiva, Jesús es el ancla que nunca debemos soltar. ¡Aferrémonos a Él! ¡Mantengamos nuestra mano unida a Él! ¡Naveguemos juntos hacia el cielo en la barca de Jesús! Seamos “Peregrinos en la esperanza”. Seamos peregrinos amarrados en el ancla. Seamos peregrinos llenos de esperanza no sólo para el día de hoy, sino también para mirar el futuro con esperanza, ya que, como dice el Papa Francisco para quien el ancla es uno de sus símbolos cristianos preferidos, “nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, fija en el lugar adonde llegaremos”.
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