El próximo 5 de diciembre celebramos el Día Mundial del Voluntario, una fecha especial para reflexionar sobre la importancia de quienes dedican su tiempo y esfuerzo a servir a los demás. En Magdala, esta celebración adquiere un significado único, pues el voluntariado aquí es mucho más que una actividad altruista.
La Real Academia Española define el término “voluntario” como un acto que surge de la voluntad, que no es obligatorio, que se ofrece libremente para realizar algo y que está orientado a colaborar en actividades de carácter social o humanitario. Sin embargo, en Magdala esta definición se queda corta. Si pudiéramos enviar una propuesta a la RAE, diríamos que el voluntariado en Magdala es un acto tomado desde la libertad como respuesta a un llamado de Dios.
A pesar de nuestras diferencias —porque aquí experimentamos la diversidad de la creación de Dios: somos personas de distintas edades, nacionalidades y estados de vida—, hay algo que nos une profundamente: todos hemos sido traídos a Tierra Santa por Dios. Él, de una manera clara y única, se ha manifestado en cada una de nuestras vidas, encendiendo en cada corazón un deseo profundo de venir aquí. No es una invitación cualquiera; es un llamado al servicio, a entregarnos a los demás, a responder con actos concretos en un lugar concreto: el lugar natal de María Magdalena.
Muchos llegamos sin saber muy bien cuál sería nuestro rol o cómo podríamos contribuir. Creo que es una experiencia similar a la de los primeros cristianos, quienes fueron enviados a evangelizar sin saber exactamente dónde o cómo. Llegamos con incertidumbre, pero con el corazón encendido por el deseo de ser servidores y colaboradores de Dios.
El voluntariado en Magdala toca todas las dimensiones de nuestra vida. En esta tierra, todo habla de Dios. Las piedras en la arqueología nos cuentan la historia de un pueblo judío del primer siglo; los peregrinos, visitantes y locales nos muestran cómo Dios sale al encuentro de todos aquí y ahora; y cada rincón de Magdala nos permite experimentar la historia de salvación, no como algo del pasado, sino como una realidad viva que sigue manifestándose hoy. Al caminar por Duc In Altum, al contemplar el Arbel o al escuchar las olas del Mar de Galilea, presenciamos los milagros de Jesús en cada detalle que nos conecta con la profundidad de nuestra fe y con el plan de Dios para nuestra vida.
Además, ser voluntario en Magdala significa formar parte de una familia única. La convivencia con sacerdotes, consagradas y otros voluntarios crea vínculos profundos, llenos de color y matices. Este ambiente nos permite descubrir talentos ocultos, crecer en habilidades, aprender y desaprender, y ser transformados de una manera que difícilmente ocurre en otros contextos. Cada experiencia vivida en Magdala deja una huella imborrable y marca un antes y un después en nuestras vidas.
Gracias a todos los voluntarios que han dicho “sí” al llamado de Dios. Gracias por ser una parte fundamental de la historia de Magdala y por ser el rostro amable y generoso que tantos peregrinos encuentran en esta Tierra Santa. En ustedes, muchos han visto a Dios.
Y a todos los voluntarios del mundo: si no vivimos para servir, no servimos para vivir. ¡Gracias!
Los invitamos a ver los testimonios de algunos de los voluntarios de Magdala y descubrir cómo han vivido su voluntariado en Magdala.
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