1. Creado a imagen de Dios

Cuando me siento en las orillas del Mar de Galilea, no puedo evitar imaginar lo que pasó por el corazón de María Magdalena cuando ella también se sentó en la arena hace muchos años. Acompañémosle a la orilla del mar. Imaginemos el ritmo armonioso del mar sobre la orilla, el viento que agita los altos pastos marinos, el cielo azul abovedado con rizos de formaciones de nubes blancas, la multitud de pájaros revoloteando y las majestuosas colinas que se alzan al otro lado del mar.

La belleza de la naturaleza tiene un efecto nostálgico, dando la sensación de que somos uno entre muchas personas a lo largo de los siglos que han saboreado una verdad fundamental al sentarse en estas mismas costas: todo esto es un regalo creado para mí. Pero nada de eso se compara con el gran don de la vida, abierto a un horizonte eterno. Yo, que estoy en un lugar único en la creación, estoy llamado a entablar una amistad con mi Creador (CIC 355).

Mientras que toda la creación glorifica a Dios, la hierba, las nubes, el agua y las colinas no pueden conocer a Dios. Los pájaros no eligen conscientemente amar a Dios. Solo yo, como persona humana, hecha a la imagen de Dios, estoy invitado a participar en la propia vida de Dios. Poseo dentro de mí el potencial de una aceptación amorosa y llena de fe de esta alianza bendecida y todo lo que conlleva, o de despreciar la mano de Dios al intentar vivir aparte de la vocación inherente a la que soy llamado: comunión amorosa con Dios y con los otros.

No importa qué condiciones o circunstancias hayamos vivido, no nos podemos sacudir nuestra dignidad fundamental. Ningún evento o elección pasada, presente o futura puede cambiar nuestra identidad como creación cumbre de Dios, hecha a su imagen. A veces esta verdad es un faro débil que sostiene la esperanza. Quizás María Magdalena experimentó esto en las orillas del Mar de Galilea, ayudándola a mantener la esperanza de una vida nueva y mejor más allá de sus «siete demonios».

Padre celestial, nos has creado por amor y para amar. Que la verdad de nuestra dignidad resuene profundamente en nuestros corazones. Ayúdanos a vivir de acuerdo a esta identidad en tu imagen amada. Acude en ayuda de aquellos que luchan con un sentido de identidad y propósito en la vida. Que te descubran como un Padre amoroso que los invita a la comunión vivificante contigo y con los demás. Enséñanos a alcanzar un espíritu de comunión con todos los que nos encontramos en nuestra vida diaria, reflejando el amor que tienes por cada uno de tus hijos. Amén. Santa Maria Magdalena, ruega por nosotros.

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