2. El llamado al arrepentimiento

Una cosa que me encanta de María Magdalena es que era humana. Como hombres y mujeres desde Adán y Eva, ella conocía la realidad del pecado. Luchó la batalla que tiene lugar en el centro del corazón de cada persona cuando la libertad mal orientada o mal formada se convierte en deseos que apagan la vida de Dios en su interior. Los evangelistas la etiquetaron como la «mujer de quien Jesús expulsó a siete demonios» (Lucas 8,2). ¿Cuáles eran esos siete demonios? Las teorías abundan: una enfermedad mental, epilepsia, esquizofrenia o una posesión real.

Los siete demonios de María Magdalena, cualquiera que sea su causa, representan la verdadera amenaza en la vida de cada persona: los ídolos. Los ídolos vienen en muchas maneras y toman la forma de amores mal interpretados, desde la auto-idolatría a través del orgullo hasta las formas sutiles en que sustituyo al verdadero Dios con las cosas de Dios. Qué fácil es poner mis valores en posesión de bienes materiales, el éxito de mis propios esfuerzos, las afirmaciones de los demás, mi intento de controlar las circunstancias y todos los ídolos sutiles que me atan cuando busco satisfacciones egoístas.

La realidad de la tentación y la posibilidad del pecado no pueden ser ignoradas. Al igual que María Magdalena, nuestros corazones son el campo de batalla donde se toman decisiones entre el Reino de Dios y el reino de Satanás. Jesús vino a pelear esta batalla y ha vencido el pecado y la muerte, las consecuencias del reinado de Satanás. Desde el primer momento de la vida pública de Jesús hasta su muerte, superó las tentaciones planteadas por Satanás. Sus primeras palabras grabadas fueron una invitación urgente: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 4,17).

Desde las orillas del mar de Galilea en Magdala, María puede haber escuchado esas palabras. El tormento mordaz de la conciencia en su espíritu actuó como una advertencia de que algo estaba mal. Pero las palabras de Jesús estaban lejos de ser castigadoras. Eran una invitación. Él extiende esa invitación a cada uno de nosotros, todos los días. Que nuestro primer paso sea reconocer nuestros defectos y pecaminosidad en el contexto de la espera y los brazos abiertos de Dios Padre.

Padre celestial, que deseas que tus hijos regresen a tu abrazo. Ilumíname por tu Espíritu Santo para ver claramente los ídolos que buscan establecerse en mi corazón, ocupando el lugar reservado para tu Hijo, Jesucristo. Concédeme un verdadero arrepentimiento por mis pecados y el deseo de amarte por encima de todo lo demás. Escucha la súplica de todos aquellos alejados de la amistad contigo, especialmente aquellos que experimentan soledad, confusión y desesperación, y aquellos que te rechazan explícitamente. Envía tu Espíritu con regalos de salvación, que nos conducirán a una conversión de corazón y coraje para un nuevo comienzo. Amén. Santa Maria Magdalena, ruega por nosotros.

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