La Familia de Magdala: Corazones Encendidos por la Esperanza

Cada uno llega con su propia historia, sus inquietudes y sus esperanzas, y sin embargo, aquí nos hemos convertido en una auténtica familia.

Rocío Ledesma

|

26 de septiembre, 2024

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La Familia de Magdala: Corazones Encendidos por la Esperanza

Cada uno llega con su propia historia, sus inquietudes y sus esperanzas, y sin embargo, aquí nos hemos convertido en una auténtica familia.

Rocío Ledesma

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Experiencia Magdala
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La Familia de Magdala: Corazones Encendidos por la Esperanza

Todos hemos vivido alguna experiencia que toca nuestro corazón de manera tan profunda que nos transforma para siempre. A veces, esa experiencia va más allá de lo físico o lo tangible, dejándonos con una huella que cambia nuestra forma de ver la vida. Si tuviera que describir lo que significa la Familia de Magdala, más allá de mi experiencia personal, me gustaría englobar todo lo que he escuchado, visto y sentido desde que formo parte de esta Familia. Lo que puedo decir con certeza es que esta Familia es una experiencia que transforma el corazón y enciende una llama de esperanza.

Cada vez que escucho o leo un testimonio de alguien que ha pasado por aquí, o que ha seguido nuestras peregrinaciones virtuales y programas, siento como si estuviera delante de esa zarza ardiente que Moisés vio en el desierto. Me veo descalzándome espiritualmente, con el corazón humilde, alzando la mirada al Señor, porque todo lo que ocurre en esta familia es, sin duda, obra de Dios. Y lo más maravilloso es que todo es gracia. Nada de lo que sucede aquí es fruto únicamente del esfuerzo humano; es la mano delicada de Dios que sigue llamando corazones a encenderse de esperanza y amor.

En este sentido, las palabras del Papa Francisco en su bula de convocación al Jubileo "Peregrinos de Esperanza" nos iluminan: “El peregrino es un portador de esperanza. Nos recuerda que el destino de nuestra vida no es otro que el encuentro con Dios.” La Familia de Magdala es precisamente eso: un grupo de peregrinos que caminan juntos hacia el encuentro con Dios, guiados por esa llama viva que arde en cada corazón.

Cuando pienso en la Familia de Magdala, me vienen a la mente personas muy diversas, personas que, de no ser por esta familia, tal vez nunca se habrían encontrado.

Cada uno llega con su propia historia, sus inquietudes y sus esperanzas, y sin embargo, aquí nos hemos convertido en una auténtica familia.

No puedo evitar imaginarme cómo sería aquel grupo de personas que menciona el Evangelio de Lucas 8, 1-3, donde se habla de las mujeres que seguían a Jesús y lo apoyaban con sus bienes. María Magdalena, Juana, Susana... vidas distintas, historias diferentes, pero todas unidas por el mismo propósito: seguir a Jesús. A pesar de su diversidad, formaron una familia. Es probable que no se conocieran antes, y quizá algunos encontraban difícil amarse o comprenderse, pero había algo más grande que los mantenía unidos: la mirada de Jesús, una mirada que tocaba sus corazones y los motivaba a seguir adelante, a unirse y a servir. Esa misma llama sigue viva hoy en los corazones de la Familia de Magdala.

Hoy, al contemplar este pasaje, no puedo evitar soñar con la Familia de Magdala. Soñemos juntos con una familia que sigue a Jesús con el mismo fervor, que camina unida por su amor y su esperanza. Cada mirada al Señor, cada oración, cada servicio es una oportunidad para avivar esa llama en nuestros corazones. Imaginemos un grupo de voluntarios, siempre dispuestos a dar lo mejor de sí allá donde Dios los necesite, disponibles y generosos, preparados para ser Reino en cualquier rincón del mundo, encendidos por la esperanza de seguir a Jesús.

Y no nos detengamos ahí. Soñemos con un grupo de intercesores que ora fervientemente, que acompaña a Jesús con corazones llenos de compasión, sintiendo las necesidades de los demás como propias. Soñemos también con embajadores que llevan la Palabra del Señor a los confines de la Tierra, compartiendo la esperanza y el amor de Cristo con aquellos que aún no lo conocen. Y, como dice la Escritura, ese grupo de personas le acompañaba y le servía con sus bienes. No sabemos cuántos bienes tenían, pero lo que importa es que cada uno servía con lo que podía, y en la Familia de Magdala, todos podemos ser bienhechores, sin importar cuánto tengamos, porque todos tenemos algo que podemos ofrecer para avivar esa llama.

Sigamos con este impulso y soñemos con los asociados, personas, instituciones, asociaciones, músicos que se unen para anunciar el Reino de Dios. Y finalmente, soñemos con los amigos, aquellos que, al acercarse a la Familia de Magdala, sienten que aquí su corazón late de manera diferente, que aquí, en esta comunidad, encuentran el espacio donde sus vidas se transforman, donde la presencia de Dios es real y palpable. Porque en esta familia, lo que nos une es algo mucho más profundo: el amor de Jesús que arde en nuestros corazones y nos impulsa a seguir caminando juntos, unidos por la gracia y la esperanza.

Esta es la Familia de Magdala: corazones encendidos por la esperanza. Una familia que sueña, que ora, que sirve. Una familia que no deja de mirar al Señor y que sigue encendiendo corazones con su amor transformador.

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