Algunos viajeros del s. XIX describen para nosotros las casas de el-Mejdel. Mark Twain se entretiene en la tarea: “Todas las casas están edificadas siguiendo un absurdo plan: la forma poco agraciada de un cajón. Las paredes están recubiertas con una lisa capa de yeso blanco y finamente decoradas, a lo largo y ancho, con boñigas de camello, puestas allí a secar. Esto le da a la casa el romántico aspecto de haber sido acribillada con balas de cañón, lo cual le da un toque bélico”.
Los techos de la casa eran planos, construidos con troncos de árboles, ramas y una capa de barro y gravilla formando una terraza. Según el historiador catalán Víctor Gebhardt, sobre estos techos se levantaban unas “chozas de cañas, donde los habitantes buscan refugio durante las abrasadoras noches de verano”.
Y el místico Solomon Malan nos describe el interior: “Cada casa consistía en un solo cuarto (…), y no solo daba cobijo a la familia, sino a todo lo que le pertenecía: incluso el arado del dueño y las pocas gallinas que pudiera permitirse (…) El interior estaba oscuro. No había ventanas en estas casas: la puerta era la única entrada para el aire y la luz, así como para los habitantes. Sin embargo, en general, estos solo pasaban en el interior el tiempo del día, protegiéndose del sol”. Y exclama emocionado: “Eran casas como la de Pedro, donde nuestro Salvador le curó a la suegra; como aquella en la que se sentaba para enseñar, cuando le trajeron entre cuatro al hombre paralítico; —¡Sí!—, como la casa de Cafarnaún en la que Él mismo vivió”.
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