Unos cinco años después de Mark Twain, pasaría por Magdala la intrépida viajera Susannah Henrietta Kent. Muchos piensan que Kent era inglesa, aunque otros sostienen que procedía de Irlanda. Un grupo de mujeres de la expedición se alejaron a pie del bote y se adentraron para explorar el Wadi Hammam, y después regresaron a Magdala.
“Junto al pueblo de barro de Mejdel encontramos el bote amarrado a la orilla, y la señora B. en la popa, siendo el centro de atracción de una horda de magdalenas que, agrupadas en torno a ella, unas dentro, otras fuera del agua, tocaban su vestido, examinaban sus manos, sonreían, daban carcajadas, gritaban y levantaban sucios bebés para que ella pudiese admirarlos. Al llegar yo, me convertí en una más que bienvenida víctima. Mujeres guapas, de pelo oscuro, morenas, de ojos brillantes y niñas pequeñas que prometían no quedarse atrás en belleza. Me alejé un poco de su vecindario, ofreciendo un poco de baqshísh (limosna) a cambio de manojos de zawân —la cizaña de la parábola—; pronto me trajeron grandes cantidades de esta planta”. Es curioso observar cómo las mismas personas que Twain observó con repugnancia y a quien les dedicó tan feroces sarcasmos provocaron en el espíritu de esta fina mujer una impresión tan diferente.
Kent termina su relato: “Una vez todos embarcados, nos alejamos entre los saludos de las magdalenas, y, extendida la vela latina, con las estrellas brillantes y la luna creciente luciendo sobre nosotros, surcamos las aguas que otrora sostuvieran la augusta forma del Salvador”.
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