El 6 de agosto de 2024, la celebración de la Fiesta de la Transfiguración en el Monte Tabor se vivió con una intensidad especial, en medio del conflicto que asola Oriente Medio. Para nosotros, como seguidores de Cristo, este evento fue más que una simple conmemoración; fue un faro de esperanza, una luz divina que brilla en medio de la oscuridad.
La Fiesta de la Transfiguración recuerda el momento en que Jesús, en la cima del Monte Tabor, se transfiguró ante sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, revelando su gloria divina. Celebrar esta festividad en el mismo lugar donde ocurrió hace más de dos mil años es una experiencia que conecta profundamente con nuestra fe. Estar en el Monte Tabor fue un poderoso recordatorio de que la gloria de Cristo prevalece incluso en los momentos más oscuros.
En este contexto de conflicto, la fiesta adquirió un significado aún más profundo. La Transfiguración es, ante todo, una celebración de la luz, de la victoria de la vida sobre la muerte, y de la esperanza en medio de la desesperación. Celebrar nos recordó que la luz de Cristo no puede ser extinguida por la oscuridad que nos rodea. A través de la Eucaristía, nos unimos en oración no solo por la paz en la región, sino también por todos aquellos que sufren las consecuencias de la guerra. En el Monte Tabor, nuestras oraciones se elevaron no solo por nosotros, sino por aquellos que nos han pedido que intercedamos por ellos ante Dios.
Después de la solemne misa, seguimos en procesión hacia la Iglesia de la Bajada del Monte, donde recibimos un ramo, símbolo de la futura pasión de nuestro Señor. Este acto nos conectó de manera tangible con el misterio pascual de Cristo, recordándonos que la gloriosa transfiguración está inseparablemente unida a la cruz. Ese ramo en nuestras manos era un recordatorio de que la gloria de la Resurrección sigue a la oscuridad de la pasión.
La experiencia en el Monte Tabor nos invita a mirar más allá del sufrimiento presente y a contemplar la gloria futura que nos espera en Cristo. Fue un momento de renovación espiritual, un llamado a ser testigos de la luz en un mundo que tanto necesita de ella. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a ser portadores de su luz, reflejando su gloria y esperanza en medio de las sombras que intentan oscurecer nuestra fe.
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